I.
Revista

lunes, 7 de julio de 2014

Un cuarto propio para Martín Gaite

Le gustaba mucho ese episodio del Libro de la vida en que Santa Teresa de Jesús cuenta cómo leía, de niña, a escondidas de su padre. Desprovista ya del rígido retrato franquista, vio en la Santa a esa mujer ventanera que quiso ser siempre ella: una mujer inteligente, curiosa, inquieta, consciente de la necesidad de mirar y de saber para ser libre. Martín Gaite, como tantas mujeres de vocación literaria, vivió en busca de una habitación propia que, en su caso, habría de combatir no solo al marido, sino a toda una generación de hombres con derecho de admisión al Parnaso gris de aquel ecuador de siglo.

 Roberta Johnson, de la Universidad de Kansas, cuenta en Un lugar llamado Carmen Martín Gaite (Siruela) que su primer libro, El libro de la fiebre, fue despreciado por crítica, autores e incluso por el que sería, al paso del tiempo, su esposo, Rafael Sánchez Ferlosio. No entendió Ferlosio, como casi nadie entonces, aquel género zambraniano del delirio, de la fiebre como uno de los vehículos posibles hacia el conocimiento. “La experiencia de ser mujeres inteligentes en un mundo sumamente masculino -escribe la profesora Johnson- quizás favoreciera el que buscaran una manera de desprenderse de este mundo, librarse de las restricciones y críticas que este suponía para establecer su ser auténtico”.

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